rodando hacia el bajo.
La calle, techo de asfalto,
con sudorosos muchachos-gatos
que corrían un ovillo de cuero y trapos.
el rosal deshojado.
En el pilar, un bicho canasto.
Guardando la puerta,
dos cipreses flacos
y nosotras dos…
(yo que leía los cuentos de antaño)
“…cuando den las doce
no sigas bailando…”
Tu voz, latigazo.
Eras tan pequeña,
tal vez no recuerdes,
pero las letras huyeron gritando
y tras los malvones
se escondió el sapo.
Roto el dique
seguiste soñando.
Con falda de plumas
y cinto de raso
girarías tanto, tanto…
y al levantarla,
la mágica vara del desencanto
se agitó en lo alto.
Callaste de pronto.
Mi libro se tumbó en el pasto.
“Oh, pequeño cisne,
para ti no habrá lago.”
Desde los malvones
advertía el sapo.
-No sé, cuando crezcas
un poco, y uses tacos altos… No sé.
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-¡Qué linda!
-¿Qué?
-La casita del bicho canasto.
seguía rodando.
En la calle, maullidos de muchachos-gatos.
En tus ojos dos cipreses,
Entre azules y rosados.
Dos largos cipreses lloviendo,
verdinegros y solos,
dos cipreses flotando, flotando…