Puso el mantel blanco,
el de las flores pequeñas.
Acercó dos sillas
junto a la mesa.
Puso el candelabro
símil plata,
con sus cuatro velas,
y un ramo de margaritas,
con pimpollos rojos,
en el centro de la mesa.
Se miró en el espejo.
Ensayó una sonrisa.
Desvió la mirada.
Caminó hacia la puerta.
Espió la calle,
penumbrosa y muerta…
Corrió a la cocina.
Probó la salsa.
Trajo servilletas.
Limpió el cenicero.
Se miró en el espejo.
Desvió la mirada.
Caminó hacia la puerta.
Espió la calle,
penumbrosa y muerta…
su libro de poemas.
Atizó el fuego.
Tapó la ensalada.
Tomó otro té…
Caminó hacia la puerta.
Espió la calle.
Lluvia silenciosa.
Aire frío.
Madrugada desierta.
Se recostó en el marco.
Cubrió su rostro
con las manos
y lloró otra vez,
casi sin darse cuenta.
3 comentarios:
Ay...! Duele la soledad ¿no? ¿O será simplemente la no correspondencia?
Y supongo que todos hemos vivido un poquito esto, a nuestro modo, pero sabemos que duele...
Me gustó este... en general me gustan los estribillos que tienen sentido y hacen del texto una canción... quiero decir que tienen ritmo...
Sofocante en este caso, por las heridas que ardieron, pero ritmo al fin...
Pero, sin racionalizarlo, nomás quiero decir que duele la soledad...
solo pasaba a dejarte un besiko y un fuerte abrazo
Blas: como siempre, gracias por tu aporte.
Meiga:¡Gracias por tu besiko! Te devuelvo un bezote.
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